miércoles, 27 de abril de 2016

¿Dónde están los muertos?

  • ¿Qué nos sucede al morir?
  • ¿Por qué morimos?
  • ¿Nos serviría de consuelo aprender la verdad sobre la muerte?

ESTAS preguntas, que la gente se ha hecho por miles de años, son fundamentales. Y las respuestas nos interesan a todos, sin importar quiénes seamos ni dónde vivamos.
 En el capítulo anterior vimos que el rescate —el sacrificio de Jesucristo— abrió el camino para que podamos vivir eternamente. También vimos que la Biblia promete que “la muerte no será más” (Revelación [Apocalipsis] 21:4). Pero mientras llega ese día, todos morimos. Como dijo el sabio rey Salomón, “los vivos tienen conciencia de que morirán” (Eclesiastés 9:5). Intentamos vivir lo máximo posible, pero seguimos preguntándonos qué nos sucederá al morir.
 Cuando nos toca llorar la pérdida de seres amados, quizá pensemos: “¿Qué ha pasado con ellos? ¿Están sufriendo? ¿Nos cuidan de algún modo? ¿Podemos ayudarlos? ¿Los volveremos a ver?”. Las religiones del mundo ofrecen distintas respuestas. Algunas enseñan que los buenos van al cielo, y los malos a un lugar de tormento. Otras dicen que pasamos al reino de los espíritus para estar con nuestros antepasados. Y hay religiones que afirman que entramos en el mundo de los muertos para ser juzgados y después nos reencarnamos, es decir, volvemos a nacer en otro cuerpo.
Esas creencias comparten una idea básica: que una parte de nosotros sigue viviendo cuando el cuerpo muere. Casi todas las religiones, tanto del pasado como del presente, afirman que, de una u otra forma, continuamos viviendo para siempre y conservamos la capacidad de ver, oír y pensar. Pero ¿cómo puede ser eso posible? Los sentidos, lo mismo que el pensamiento, dependen del cerebro, el cual deja de funcionar cuando fallecemos. Nuestros recuerdos, sentimientos y sensaciones no se mantienen vivos por sí solos de algún modo misterioso. Es imposible que lo hagan, pues dejan de existir cuando el cerebro se destruye.

¿QUÉ SUCEDE REALMENTE AL MORIR?

Lo que sucede cuando fallecemos no es ningún misterio para Jehová, el Creador del cerebro. Él conoce la verdad, y en su Palabra, la Biblia, explica en qué estado se encuentran los difuntos. Allí se enseña con toda claridad este hecho: cuando una persona muere, deja de existir. La muerte es lo contrario de la vida, de modo que los muertos no ven ni oyen ni piensan. Ni una sola parte de nosotros sigue viviendo cuando muere el cuerpo. En efecto, no poseemos un alma o espíritu inmortal. *
Después de afirmar que los vivos saben que morirán, Salomón escribió que “los muertos [...] no tienen conciencia de nada en absoluto”. Entonces amplió esa verdad fundamental al decir que no pueden amar ni odiar y que “no hay trabajo ni formación de proyectos ni conocimiento ni sabiduría en el [sepulcro]” (Eclesiastés 9:5, 6, 10). De igual modo, Salmo 146:4 dice que cuando alguien muere, “perecen sus pensamientos”; en efecto, se acaban por completo.  Lo cierto es que somos mortales y no seguimos viviendo después de la muerte del cuerpo. Nuestra vida es como la llama de una vela. Cuando se apaga, no va a ningún sitio, sino que sencillamente deja de existir.

LO QUE DIJO JESÚS SOBRE LA MUERTE

Refiriéndose a un amigo suyo que había fallecido, Jesucristo mencionó el estado en que se encuentran los muertos. Primero dijo a sus discípulos: “Nuestro amigo Lázaro está descansando”. Ellos entendieron que estaba durmiendo, recuperándose de una enfermedad. Pero se equivocaban, pues Jesús les aclaró a continuación: “Lázaro ha muerto” (Juan 11:11-14). Observe que Jesús comparó la muerte a descansar y dormir. Su amigo no estaba ni en el cielo ni en un infierno ardiente. No se había reunido con los ángeles ni con sus antepasados, ni tampoco había vuelto a nacer como una persona distinta. Descansaba en la muerte, como si durmiera profundamente, pero sin soñar. Otros textos bíblicos también dicen que estar muerto es comparable a estar dormido. Por ejemplo, cuando mataron a pedradas al discípulo Esteban, la Biblia dice que “se durmió” (Hechos 7:60). De la misma forma, el apóstol Pablo escribió que algunas personas de su día se habían “dormido” en la muerte (1 Corintios 15:6).

¿Era el propósito de Dios que la gente muriera? Ni mucho menos. Jehová hizo al hombre para vivir eternamente en la Tierra. Como ya hemos aprendido en este libro, Dios colocó a nuestros primeros padres en un hermoso  paraíso y los bendijo con salud perfecta. Sin duda quería lo mejor para ellos. ¿Acaso hay algún padre amoroso que desee que sus hijos pasen por los dolores de la vejez y la muerte? ¡Claro que no! Pues bien, Jehová amaba a sus hijos y deseaba que fueran felices en la Tierra para siempre. De hecho, la Biblia dice que Dios ha puesto “el tiempo indefinido [...] en el corazón” de los seres humanos (Eclesiastés 3:11). Así es, nos ha creado con el deseo de vivir para siempre, y ha abierto el camino para que ese deseo se haga realidad.

 ¿POR QUÉ MORIMOS?


Entonces, ¿por qué morimos? Para hallar la respuesta tenemos que examinar lo que ocurrió cuando solo había un hombre y una mujer en la Tierra. La Biblia explica: “Jehová Dios hizo crecer del suelo todo árbol deseable a la vista de uno y bueno para alimento” (Génesis 2:9). Sin embargo, había una restricción. Dios le dijo a Adán: “De todo árbol del jardín puedes comer hasta quedar satisfecho. Pero en cuanto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, no debes comer de él, porque en el día que comas de él, positivamente morirás” (Génesis 2:16, 17). No era un mandato difícil de cumplir, pues había muchos otros árboles de los que Adán y Eva podían comer. Pero se les dio una oportunidad especial de demostrar su gratitud a Dios, quien les había dado todo, lo que incluía la vida perfecta. Al obedecer, también demostrarían que respetaban la autoridad de su Padre celestial y que deseaban recibir sus amorosas instrucciones.
Por desgracia, nuestros primeros padres eligieron desobedecer a Jehová. Hablando mediante una serpiente, Satanás le preguntó a Eva: “¿[De verdad] Dios ha dicho que ustedes no deben comer de todo árbol del jardín?”. Ella le respondió: “Del fruto de los árboles del jardín podemos comer. Pero en cuanto a comer del fruto del árbol que está en medio del jardín, Dios ha dicho: ‘No deben comer de él, no, no deben tocarlo para que no mueran’” (Génesis 3:1-3).
 “No morirán —dijo Satanás—. Porque Dios sabe que en el mismo día que coman de él tendrán que abrírseles los ojos y tendrán que ser como Dios, conociendo lo bueno y lo malo.” (Génesis 3:4, 5.) El Diablo quería hacer creer a  Eva que a ella le convenía comer del fruto prohibido. Según le dijo, así podría decidir por sí misma lo que estaba bien y lo que estaba mal; en otras palabras, podría hacer lo que quisiera. Satanás también acusó a Jehová de haber mentido sobre lo que pasaría si comían del fruto. Eva creyó lo que dijo el Diablo, así que tomó el fruto y lo probó. Luego le dio a su esposo, quien también comió. No es que les faltara conocimiento. Ellos sabían perfectamente que estaban haciendo lo que Dios les había prohibido. Al comer del fruto, desobedecieron a sabiendas un mandato sencillo y razonable. De este modo, despreciaron a su Padre celestial y su autoridad. ¡Qué imperdonable falta de respeto a su amoroso Creador!
Imagínese que un hijo que usted ha criado y cuidado le desobedece y demuestra que no le tiene el menor respeto ni amor. ¿Verdad que le dolería mucho? Pues piense en cuánto debió dolerle a Jehová que Adán y Eva se pusieran en contra de él.
Adán y Eva habían desobedecido a Jehová, y no había ninguna razón para que los mantuviera vivos eternamente. Por ello, terminaron muriendo, tal como él les había advertido. Dejaron de existir. Así pues, no pasaron a vivir como espíritus en alguna otra parte. Así lo indican las palabras que Jehová dirigió al primer hombre tras pedirle cuentas por su desobediencia: “[Volverás] al suelo, porque de él fuiste tomado. Porque polvo eres y a polvo volverás” (Génesis 3:19). Dios había hecho a Adán del polvo del suelo (Génesis 2:7). Antes de eso, Adán no existía. Por lo tanto, cuando Jehová le indicó que volvería al polvo, le estaba diciendo que regresaría a ese mismo estado de inexistencia. Al igual que el polvo del que fue hecho, Adán no tendría vida.
Adán y Eva habrían podido estar vivos hoy, pero murieron porque decidieron desobedecer a Dios y, por lo tanto, pecaron. La razón por la que todos nosotros morimos es que somos descendientes de Adán, quien nos pasó el pecado y la muerte (Romanos 5:12). Ese pecado es como una terrible enfermedad hereditaria de la que nadie se libra. Su resultado, la muerte, no es un amigo o una bendición, sino todo lo contrario: es un enemigo o una maldición (1 Corintios 15:26). ¡Qué agradecidos podemos estar de que Jehová proporcionara el rescate para liberarnos de este cruel enemigo!

 ¿CÓMO LE BENEFICIA CONOCER LA VERDAD SOBRE LA MUERTE?

Es todo un consuelo saber lo que enseña la Biblia sobre el estado en que se encuentran los muertos. Como hemos visto, no sufren ni sienten dolor. No hay que tenerles miedo, pues no pueden hacernos daño. No necesitan nuestra ayuda ni tampoco tienen la capacidad de ayudarnos. Ni ellos pueden hablar con nosotros ni nosotros con ellos. Hay muchos líderes religiosos que aseguran que pueden ayudar a los difuntos, y la gente, creyendo esa falsedad, les da dinero. Pero conocer la verdad impide que nos engañen con esas mentiras.

¿Acepta su religión lo que dice la Biblia sobre los difuntos? La mayoría de las religiones no lo hacen. ¿Por qué? Porque Satanás ha influido en sus enseñanzas. Él utiliza la religión falsa para hacer creer a las personas que, después de morir, seguirán viviendo como espíritus en otro lugar. Además, combina esta mentira con otras para alejar de Jehová Dios a los seres humanos. ¿De qué manera?

Como ya vimos, algunas religiones enseñan que los malos sufrirán eternamente en las llamas del infierno. Esta creencia insulta a Jehová, pues él es un Dios de amor y nunca atormentaría a nadie de esa manera (1 Juan 4:8). ¿Qué pensaría usted de un hombre que castigara a su hijo metiéndole las manos en el fuego por haberle desobedecido? ¿Sentiría respeto por él? ¿Desearía conocerlo siquiera? Desde luego que no. Seguro que lo consideraría un individuo muy cruel. Pues bien, eso es lo que Satanás quiere hacernos creer: que Jehová tortura a muchas personas con fuego por toda la eternidad, durante millones y millones de años.

Satanás también usa a algunas religiones para enseñar que los difuntos se convierten en espíritus a los que los vivos deben respetar y honrar. Según esta creencia, esos espíritus pueden ser amigos poderosos o enemigos terribles. Creyendo esta mentira, muchas personas los temen, los honran y les rinden culto. La Biblia, en cambio, enseña que los muertos están durmiendo y que solo debemos adorar al Dios verdadero, Jehová, quien nos ha creado y nos ha dado todo (Revelación 4:11).

Cuando conocemos la verdad sobre los muertos, ya no nos engañan las mentiras religiosas. Además, entendemos mejor otras enseñanzas de la Biblia, como por ejemplo, la promesa de vivir eternamente en el Paraíso. Esta esperanza se vuelve muy real para nosotros cuando aprendemos que los difuntos no van a vivir como espíritus a otra parte.

LO QUE LA BIBLIA ENSEÑA

  • Los muertos no ven ni oyen ni piensan (Eclesiastés 9:5).
  • Los muertos están descansando; no sufren ni sienten dolor (Juan 11:11).
  • Morimos porque hemos heredado de Adán el pecado (Romanos 5:12).










No hay comentarios.:

Publicar un comentario