“No llores, cariño... Dios sabe qué es lo mejor”.
Esas palabras le fueron susurradas al oído de una mujer llamada Bebe en el funeral de su padre, quien murió en un accidente de tráfico.
El comentario se lo hizo con buena intención una amiga de la familia. Pero como Bebe estaba muy apegada a su padre, aquellas palabras, en lugar de aliviarla, la lastimaron más. “¿Cómo va a ser lo mejor?”, se preguntaba una y otra vez. Años más tarde incluyó esa anécdota en un libro, lo que indica que todavía sufría la pérdida.
Su historia demuestra que puede pasar mucho tiempo hasta que se supera este dolor, especialmente si la persona que falleció era alguien muy cercano. No sorprende que la Biblia diga que la muerte es “el último enemigo” (1 Corintios 15:26). Irrumpe en nuestras vidas con una fuerza arrolladora, a menudo sin previo aviso, arrancando de nuestro lado a quienes más amamos. Nadie se escapa de sus garras. Por eso, es normal que no sepamos cómo actuar ante la muerte y sus estragos.
Tal vez se haya preguntado: “¿Cuánto tiempo se necesita para superar el duelo? ¿Qué se puede hacer para soportarlo? ¿Cómo podemos ayudar a quien está pasando por este dolor? ¿Existe alguna esperanza para nuestros seres queridos que han muerto?”.
¿Está mal llorar?
¿Ha estado enfermo alguna vez? Quizás se recuperó tan rápido que prácticamente lo ha olvidado. En cambio, el duelo es diferente. El doctor Alan Wolfelt, en su libro Healing a Spouse’s Grieving Heart(Consuelo tras la muerte del cónyuge), explica: “El dolor por la muerte no se supera. [...] Pero con el paso del tiempo y el apoyo de otras personas, el dolor irá disminuyendo”.
Veamos como ejemplo la reacción del patriarca Abrahán ante la muerte de su esposa Sara. La Biblia dice que Abrahán estuvo de duelo y lloró amargamente, lo que indica que superar aquella pérdida le tomó algún tiempo. * Otro ejemplo es Jacob, a quien le hicieron creer que un animal salvaje había devorado a su hijo José. Estuvo de duelo por “muchos días” y ni su familia podía consolarlo. Años después seguía angustiado por la muerte de José (Génesis 23:2;37:34, 35; 42:36; 45:28).
Lo mismo les ocurre hoy día a muchas personas que sufren la pérdida de un familiar o de un amigo. Piense en los siguientes relatos.
- “Mi esposo, Robert, murió en un accidente el 9 de julio de 2008. Aquella mañana fue igual a cualquier otra. Y como todos los días, después de desayunar nos despedimos con un beso, un abrazo y un ‘te quiero’. Ya han pasado más de seis años, y todavía me duele la muerte de Rob. No sé si algún día lo superaré” (Gail, de 60 años).
- “Aunque ya hace dieciocho años que perdí a mi querida esposa, todavía la extraño y me duele no tenerla a mi lado. Cuando veo algo hermoso en la naturaleza, me acuerdo de ella, y no puedo evitar pensar cómo disfrutaría de verlo” (Etienne, de 84 años).
Es normal que el dolor por la muerte de alguien dure bastante tiempo. Cada persona vive el duelo de manera diferente. Por eso no sería prudente juzgar la reacción de los demás ante una tragedia. Tampoco deberíamos contener nuestras emociones pensando que son exageradas. Ahora bien, ¿hay algo que pueda ayudarnos a seguir adelante?
Cómo sobrellevar el duelo
Hay muchos consejos sobre este tema, sin embargo, no todos funcionan. Por ejemplo, tal vez algunos le aconsejen que no llore y que no exprese sus sentimientos, mientras que otros insistirán en que dé rienda suelta a sus emociones. Ahora bien, el enfoque que presenta la Biblia es más equilibrado y cuenta con el respaldo de estudios modernos.
En algunas culturas se ve mal que los hombres lloren. Pero ¿hay que avergonzarse de llorar en público? Algunos especialistas en salud mental reconocen que llorar forma parte del duelo. Por eso, pasar por todas las fases del duelo contribuye a sobrellevar la pérdida. Sin embargo, reprimir el dolor le puede hacer más daño que bien. La Biblia no dice en ningún pasaje que llorar esté mal o que los hombres no deban hacerlo. Piense en Jesús. Cuando su buen amigo Lázaro murió, no le dio vergüenza llorar en público, aunque tenía el poder de resucitar a los muertos (Juan 11:33-35).
A menudo, el dolor se manifiesta con ataques de ira, especialmente si se trata de una muerte repentina. Una persona puede sentirse furiosa por diferentes razones, como, por ejemplo, cuando alguien a quien respeta le hace comentarios desconsiderados o inoportunos. “Solo tenía 14 años cuando murió mi padre —comenta Mike, de Sudáfrica—. En el funeral, el pastor anglicano dijo que Dios necesita a los buenos en el cielo y que por eso se los lleva. * Aquel comentario me enfureció, pues nosotros necesitábamos muchísimo a mi padre. Aunque ya han pasado más de sesenta años, esas palabras aún me duelen”.
¿Y cuando hay sentimientos de culpa? En el caso de una muerte inesperada, el doliente pudiera pensar: “Si yo hubiera hecho esto o aquello, no habría muerto”. O quizás se sienta aún más culpable porque la última vez que hablaron tuvieron una discusión.
Si lo atormentan los sentimientos de culpa y de rabia, no trate de reprimirlos. Desahóguese con un amigo que lo escuche y que le ayude a entender que estos sentimientos son normales entre quienes pierden a un ser amado. La Biblia nos recuerda: “Un compañero verdadero ama en todo tiempo, y es un hermano nacido para cuando hay angustia” (Proverbios 17:17).
El mejor amigo en esos momentos es nuestro Creador, Jehová. Ábrale su corazón de par en par porque “él se interesa” por usted (1 Pedro 5:7). Si así lo hace, verá cómo se siente más calmado, gracias a “la paz de Dios que supera a todo pensamiento” (Filipenses 4:6, 7). Además, deje que Dios lo consuele mediante su Palabra, la Biblia. Le puede ser útil hacer una lista con versículos que lo fortalezcan y memorizar unos cuantos (mire el recuadro). Meditar en esas ideas puede ayudarle especialmente por la noche, cuando esté solo y no pueda dormir (Isaías 57:15).
Recientemente, un hombre de 40 años, a quien llamaremos Jack, perdió a su esposa víctima del cáncer. A veces se siente terriblemente solo, pero la oración le ha ayudado mucho. “Cuando hablo con Jehová, no me siento solo —reconoce—. A menudo me despierto por la noche y no me puedo volver a dormir. Después de leer una porción de la Biblia y reflexionar en ella, y de contarle a Dios mis sentimientos, me tranquilizo. Finalmente, consigo que mi mente y corazón estén en paz, y logro dormirme”.
Una joven llamada Vanessa, que perdió a su madre por causa de una enfermedad, también ha sentido la ayuda de la oración. “En los peores momentos —comenta—, lloraba sin parar y repetía el nombre de Dios. Jehová oyó mis ruegos y siempre me ayudó”.
Algunos especialistas en duelo recomiendan que quienes pasan por ese proceso dediquen tiempo a ayudar a otros; por ejemplo, participando en algún servicio comunitario. Hacer eso los puede animar y aliviarles el dolor (Hechos 20:35). Muchos cristianos que estaban de duelo reconocen que hacer cosas por los demás les ha devuelto la alegría (2 Corintios 1:3, 4).
EL CONSUELO DE LA BIBLIA
- A Dios le duele verlo sufrir (Salmo 55:22; 1 Pedro 5:7).
- Dios escucha con atención los ruegos de sus siervos (Salmo 86:5; 1 Tesalonicenses 5:17).
- Dios desea volver a ver a quienes han muerto (Job 14:13-15).
- Dios promete resucitar a los muertos (Isaías 26:19; Juan 5:28, 29).
Cómo dar consuelo
¿Se ha sentido alguna vez impotente, sin saber cómo ayudar a alguien que ha perdido a un ser querido? Quizás no sepa qué decir o qué hacer, así que al final ni dice ni hace nada. Pero hay cosas que sí puede hacer para ayudar.
A veces, es suficiente con estar presente y decir “lo lamento”. En muchas culturas dar un abrazo o un apretón de manos es un modo de expresar interés. Si quien está de duelo quiere hablar, escúchelo con atención. O mejor aún, haga algo por la familia, algo que quizás ellos no puedan hacer, como cocinar o cuidar de los niños, o ayude con los preparativos del funeral si a ellos les parece bien. Esas acciones dicen más que muchas palabras.
Con el tiempo, puede que sienta el deseo de hablar del difunto, quizás recordando alguna de sus cualidades o contando una bonita anécdota. El efecto de esas charlas puede ser muy bueno, tal vez hasta logre sacarle una sonrisa a quien está de duelo. Eso es lo que le ocurre a Pam, quien perdió a su esposo, Ian, hace seis años. Ella comenta: “La gente me cuenta cosas buenas que hizo Ian, cosas que yo ni sabía, y eso me hace sentir muy bien”.
Algunos especialistas dicen que los dolientes reciben mucha ayuda al principio, pero después de un tiempo, cuando sus amigos vuelven a la rutina, se olvidan de que siguen teniendo necesidades. Por lo tanto, mantenga la comunicación con quienes están pasando por ese trance. * Muchos que están de duelo agradecen poder hablar de sus sentimientos cuando ya ha pasado algún tiempo.
Fíjese en el caso de Kaori, una joven japonesa que quedó desolada cuando perdió a su madre y quince meses después, a su hermana mayor. Felizmente, recibió la ayuda constante de buenos amigos. Ritsuko, una amiga bastante mayor que ella, se ofreció para cuidarla como a una hija. “Francamente —comenta Kaori—, no me gustó la idea. Madre solo hay una, y yo no quería que nadie ocupara el lugar de la mía. Pero por su manera de tratarme, me encariñé mucho con Ritsuko, quien se convirtió en alguien muy importante para mí. Todas las semanas predicábamos juntas y también íbamos juntas a las reuniones cristianas. Me invitaba a tomar el té, me traía comida y me escribía tarjetas y cartas. El optimismo de ‘mamá’ Ritsuko me ayudó mucho”.
Ya han pasado doce años desde que murió la madre de Kaori. En la actualidad, ella y su esposo dedican gran parte de su tiempo a hablar de la Biblia a sus vecinos. “‘Mamá’ Ritsuko sigue pendiente de mí —comenta—. Cuando regreso a casa, voy a visitarla y disfruto mucho de su agradable compañía”.
Poli, una testigo de Jehová de Chipre, también se ha beneficiado de la ayuda de los demás. Su esposo, llamado Sozos, era un hombre cariñoso y un pastor cristiano ejemplar. Solía invitar a su casa a los huérfanos y a las viudas de la congregación para comer y pasar un rato agradable juntos (Santiago 1:27). Lamentablemente, murió a los 53 años de un tumor cerebral. Poli reconoce: “He perdido a mi fiel compañero, con quien pasé treinta y tres años de mi vida”.
Después del funeral, Poli se fue a vivir a Canadá con su hijo menor, Daniel, de 15 años. Allí empezaron a reunirse con los testigos de Jehová de la localidad. “Aunque los hermanos de la congregación no conocían las dificultades por las que habíamos pasado, nos arroparon con sus palabras amables y nos ofrecieron ayuda. ¡Qué oportuno fue aquello para mi hijo, que tanto necesitaba a su padre! Los que estaban a cargo de la congregación se interesaron mucho por Daniel. Uno de ellos siempre lo invitaba para que disfrutara de un buen rato en compañía de buenos amigos o para ir a jugar a la pelota”. En la actualidad, Poli y Daniel están bien y son felices.
Sin lugar a dudas, hay muchas maneras de ayudar y animar a quienes han perdido a seres queridos. Vea a continuación cómo la Biblia también nos consuela al hablarnos de una maravillosa y emocionante esperanza para el futuro.
Informacion tomada de :https://www.jw.org/es/publicaciones/revistas/la-atalaya-2016-numero3-mayo/consuelo-ante-la-muerte/
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